lunes, 20 de enero de 2014

Dos españolas muy negras


Me gusta el negro, es un color que me acompaña habitualmente, pero no en mis lecturas. Hace tiempo que me distancie del género y salvo alguna ocasional recaída siempre intento evitarlo. Este verano, sin embargo, la estrella de mis lecturas ha sido la novela negra. Diversas circunstancias me han llevado de negra a negra (y tiro porque me toca), y debo decir que alguna de ellas me ha sorprendido bastante y ha logrado que vuelva a abrirle la puerta al negro absoluto. 

Tenía pendiente escribir sobre estas lecturas veraniegas por lo que aprovecho el hecho de que mi cabeza parece que vuelve a amueblarse (poco a poco), y que las palabras, las ideas y las ganas de volver a escribir se acomodan de nuevo en mí.


El guardián invisible
Dolores Redondo



Me dejé seducir por las numerosas críticas positivas que tenía. Necesitaba algo para leer que me enganchase rápido, que no fuese demasiado complicado y que me evadiese totalmente de la realidad que me rodeaba. No había duda, esta parecía la novela adecuada.

Sin embargo entre sus páginas encontré mucho más de lo que esperaba, encontré una gran narradora. Dolores Redondo te deja atrapada entre las páginas de su libro mientras dices: "cuéntame más, por favor". Da igual que estemos ante un crimen, que te dibuje el paisaje de Eliozondo o que te narre la historia familiar de Amaia, solo quieres que no acabe.

La trama de la novela es lo que viene siendo, más o menos, habitual en la novela negra: unos crímenes por resolver y una protagonista, en este caso, la inspectora Salazar que será la encargada de poner luz sobre el misterio, es decir, nada nuevo bajo el sol. O sí. Porque Dolores Redondo consigue introducir en la novela, de manera magistral, personajes de la mitología vasco-navarra, creando de este modo una atmósfera mágica, sin igual, sobre el valle de Baztán que envuelve, no solo los crímenes o el transcurso de la investigación, sino también a la propia protagonista, que realiza en la novela una vuelta a los orígenes más recónditos de su ser.

No creo que, a estas alturas, cuando ya tanto se ha escrito y hablado de ella, pueda aportar nada nuevo sobre la novela, solo decir que tengo entre mis manos la segunda parte de la trilogía: Legado en los huesos. Esto es la muestra más clara de cuanto me gustó El guardián invisible y creo que habla por sí mismo. Espero que me guste tanto como la primera parte.



La última noche de Víctor Ros 
Jerónimo Tristante

Me la pasaron (¡gracias, Isa!). Me apetecía volver a leer algo de Tristante después del buen sabor de boca que me dejó 1969, además no había leído todavía nada del famoso detective Víctor Ros (por cierto, ¿sabíais lo de la serie, no?) y era, en cierto modo, una asignatura pendiente.



Puede que fuese eso, que había puesto excesivas expectativas en ella, o que su predecesora había dejado el listón muy alto, lo cierto es que no consiguió conquistarme en ninguno de sus aspectos. 


¿Es mala? No, no es una mala lectura, pero se quedaría solo en aceptable. Personajes muy estereotipados, narración normalilla, argumento bastante previsible desde el principio y con pocas sorpresas. ¿Esperaba más? Sí, mucho más.


Lo peor, para mí, son los personajes, demasiado predecibles: malvados, malísimos, los malos y superbuenos y estupendisimos los héroes de la novela. El protagonista, Víctor Ros, es tan perfecto que al final te resulta sumamente empalagoso y odiable. Llegas a comprender perfectamente porqué Bárbara, su archienemiga, quiere eliminarlo a toda costa. En cuestión de detectives, sinceramente, prefiero a Alsina antes que a Víctor Ros. No hay color.

Y termino con lo que más me gustó, porque no todo fue malo. La ambientación histórica es pasable, pero hay en ella un guiño que, particularmente, me parece genial y es situar la trama en el Oviedo de La Regenta, de hecho, aparece en la novela y se presenta a Víctor Ros: "Yo soy Ana Ozores, para servirle" (página 304). 

Pero no es este el único personaje que puedes encontrar que te sorprenda, también hay personas del mundo real como Clara Tahoces que aparece como grafóloga y amiga del detective. Picada por la curiosidad decidí teclear el nombre de otros personajes para ver si también existían en el mundo real, si se podían materializar en nuestra dimensión. El resultado de la búsqueda fue bastante fructífero, y el hecho de que el nombre de algunos de los personajes de la novela se corresponda con personas de carne y hueso y no solo eso, sino que además muchos de ellos sean murcianos, me lleva a pensar que no es mera casualidad, y que el autor realiza un guiño de complicidad con sus amigos o conocidos a los que les ofrece este pequeño homenaje. No es que sea nada inusual ni sorprendente, lo llamativo del caso es que me haya gustado más este juego de descubrir quién es quién, que la novela en sí.